En
Lenka Zajícová y Radim Zámec (eds.): Lengua
y política en América Latina:
Perspectivas actuales; Actas del
II Coloquio Internacional de Estudios Latinoamericanos de Olomouc (CIELO2).
Olomouc: Univerzita Palackého v
Olomouci, 2014.
GLOTOPOLÍTICA: DELIMITACIÓN
DEL CAMPO Y DISCUSIONES ACTUALES CON PARTICULAR REFERENCIA A SUDAMÉRICA
Elvira Narvaja de Arnoux
Glottopolitics
studies language interventions in the public arena and the linguistic
ideologies associated to them, considering the social reasons that motivate
them and their scope. It is an academic field that has examined diverse
materials as well as studying the way in which speakers manage linguistic
differences and take up stances regarding them. This paper analyzes the
development of glottopolitics, illustrating it with situations in South America
generated by the process of globalization. The last part reflects on proposed
and desirable linguistic policies with relation to regional integration,
particularly with the Mercosur.
KEY WORDS:
Glottopolitics – linguistic planning – linguistic policies – glottopolitical
scenarios – South American regional integration
La Glotopolítica estudia las intervenciones en
el espacio público del lenguaje y las ideologías lingüísticas con ellas
asociadas, considerando las razones sociales que las motivan y el alcance que
tienen. En su desarrollo este campo académico ha ido abordando materiales
diversos y atendiendo, también, a cómo los hablantes gestionan las diferencias
lingüísticas y se posicionan respecto
de ellas. El artículo analiza este recorrido ilustrando con situaciones
sudamericanas generadas por el proceso de globalización. En la última parte
reflexiona sobre las políticas lingüísticas, propuestas y deseables, en
relación con la integración regional y, particularmente, con el Mercosur.
PALABRAS CLAVES: Glotopolítica – planeamiento
lingüístico – políticas lingüísticas – escenas glotopolíticas – Integración
regional sudamericana
La implementación de las políticas lingüísticas necesarias para
acompañar los cambios generados por el proceso de globalización, el desarrollo
de formas variadas de gestionar las diferencias sociales y culturales en el
campo del lenguaje y el impacto de las nuevas tecnologías han estimulado en el
ámbito académico desde hace varias décadas el estudio del papel del lenguaje en
la conformación, reproducción o transformación de los entramados sociales y las
identidades colectivas. Esto llevó a
interrogar materiales y situaciones diversas y a indagar tanto en fenómenos
actuales como en procesos anteriores, particularmente los ligados a la
constitución de los Estados nacionales, que permiten reconocer continuidades y
diferencias con esta etapa de la economía-mundo. Se ha ido consolidando así un
espacio heterogéneo en cuanto a los objetos que se abordan, los instrumentos a
los que se apela y la tradición dentro de la sociología del lenguaje en que se inscriben,
pero cuyo interés reside en reconocer en
intervenciones de diverso alcance, generadas por colectivos o por individuos, y
en determinadas interacciones verbales, las ideologías lingüísticas que se
activan y los modos como remiten, en
diversos grados de explicitación, a conflictos, estrategias de poder o cambios
en las relaciones sociales, e intentan desde el lenguaje incidir sobre ellos.
El campo académico que se designa como Glotopolítica se centró
inicialmente (y esta sigue siendo una zona importante de estudio y
asesoramiento) en los temas del
planeamiento lingüístico, marco en el cual ha elaborado categorías teóricas,
clasificado situaciones y lenguas y reflexionado sobre su propia práctica desde
los problemas a los que atiende. Aunque no es lo mismo la situación de Quebec,
del Perú, del África negra o de Israel el interés por intervenir en el campo
del lenguaje facilita un diálogo que lleva a afinar los instrumentos teóricos
gracias, entre otros, al contraste de
los casos. El abordar además de las intervenciones sobre lenguas y variedades
aquellas que tienen que ver con registros, estilos y géneros amplió
notablemente el campo e impuso la necesidad de trabajar con materiales variados
más allá de las legislaciones o de los instrumentos lingüísticos consagrados
(ortografías, gramáticas y diccionarios). Asimismo, la perspectiva discursiva
se aplicó no solo a textos “monologales” y en general escritos sino
también a las interacciones orales en
las cuales los sujetos negocian sus diferencias lingüísticas apropiándose de la
lengua del otro, afirmando la propia, apelando a otros sistemas semióticos y
generando hibridaciones de diverso tipo que exponen las representaciones y
valoraciones de los recursos disponibles. Algunas de esas interacciones son
consideradas escenas glotopolíticas o porque interrogan los saberes existentes
y muestran conflictos o cambios significativos, o porque resultan ejemplares
por su tipicidad. En este artículo desarrollaré estos recorridos ilustrando con
situaciones sudamericanas. En la parte final me referiré a la problemática de
la integración regional y a algunas intervenciones en el espacio del lenguaje
que ese proceso desencadena.
Planeamiento lingüístico
El campo de las políticas lingüísticas ha estado relacionado
tradicionalmente, como señalamos, con el
planeamiento del lenguaje, de allí que se lo haya definido como el estudio de las acciones sobre la
lengua (el corpus) –fijación de una escritura, elaboración de glosarios,
control de los préstamos, estandarización, unificación a partir de diversos
instrumentos lingüísticos de un área idiomática- y de las acciones sobre las
lenguas (el estatus): promover una lengua dominada a la posición de lengua nacional
o global, oficializar una lengua minoritaria, despojar a una lengua del estatus
del que gozaba, determinar espacios de co-lingüismo (Balibar, 1993). Esta
perspectiva –vinculada fundamentalmente con la propuesta de Kloss (1969)- ha
llevado a privilegiar el saber lingüístico del experto, que responde a
demandas o requerimientos sociales, cuyas propuestas actúan tanto sobre el
“corpus” como sobre el “estatus” desplegando dispositivos normativos o
“normalizando” los usos. Como para llevar a cabo estas tareas se
necesita la intervención de entidades o instituciones con cierta capacidad de
ejecución, Christiane Loubier (2008) habla de “regulación
sociolingüística oficial” refiriéndose así a prácticas voluntarias, y a menudo
concertadas, de intervención sociolingüística (políticas lingüísticas de
Estados, de organizaciones, leyes o decretos lingüísticos, programas de
ordenamiento terminológico, normativo, etc.) que tienen por objetivo controlar
u orientar la evolución de una situación dada. Este espacio constituiría el
ámbito específico de la política si consideramos la diferencia que establece Chantal Mouffe
(2007) entre lo político y la política. En lo primero, según la autora, domina el antagonismo, el conflicto
mientras que la política sería el conjunto de prácticas e
instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando
la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo
político. Podemos considerar, esquemática e idealmente, que el planeamiento es la ejecución de una
política lingüística dominante que parte de un diagnóstico
sociolingüístico inicial y busca transitar hacia otra situación
sociolingüística, más satisfactoria que la anterior. En ese camino las medidas,
expuestas en legislaciones de distinto nivel, se han tomado en relación, sobre
todo, con el sistema educativo, el aparato administrativo y los medios.
El planeamiento del lenguaje tiene una expansión en la actualidad ligada
a los nuevos escenarios, particularmente la multiplicación de organismos
multinacionales, el desarrollo de las integraciones regionales, la visibilidad
de las minorías lingüísticas, el papel económico de las áreas idiomáticas, las
tecnologías globales o las importantes migraciones que se asientan sobre todo
en las grandes ciudades. Notablemente, su propia historia está ligada al
proceso de globalización –expresión de
una nueva etapa en la conformación de una economía mundo- que se inicia con
posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y que tiene una primera manifestación
en la división en áreas de influencia, norteamericana y soviética, en las
cuales el tema de una lengua mundial, que se expandiera previamente en sus
propios espacios, era central. El propósito de imponer la lengua propia dio
lugar a acciones sistemáticas respecto tanto del inglés como del ruso, que
adoptaron distintas modalidades: desde la difusión de una variedad minorizada
(el inglés básico) hasta los abundantes préstamos a otras lenguas sostenidos en
una declarada superioridad cultural, científica o tecnológica de una u otra
lengua. A ello se agregaron los procesos de descolonización en Asia y
Africa, que volvieron a plantear el tema de las lenguas nacionales y el
problema de la oficialidad en países multiétnicos y con lenguas heredadas de la
empresa imperial. Por otra parte, se
desplegaron emprendimientos poscoloniales, la Francofonía y el Commonwealth, en
los que lo lingüístico y cultural se entrelaza con lo económico y lo político a
pesar de que la focalización inicial en lo primero o lo segundo los diferencie
(Baneth-Nouailhetas, 2010). A su vez, los procesos de integración regional, que
tienen una fuerte base territorial, se interrogaron sobre las políticas
lingüísticas más adecuadas para afirmarlos al mismo tiempo que hicieron
visibles las minorías lingüísticas, en la medida en que se atenuaban las
fronteras nacionales de sus miembros y se exponía la heterogeneidad
constitutiva de los Estados y sus
recortes étnicamente arbitrarios (la Carta Europea de Lenguas Minoritarias o
Regionales, de 1992, consagra esa visibilidad). Cuando aquellas minorías se
asentaban en una sociedad con un desarrollo económico apreciable (Cataluña) o
con transformaciones sociales importantes (Quebec) pudieron elaborar y llevar a
la práctica políticas lingüísticas de normalización u ordenamiento lingüístico
ampliando el abanico de usos. Asimismo, los posicionamientos nacionales o
regionales revitalizaron las políticas de otras áreas idiomáticas como la Lusofonía, encabezada en la
actualidad por Brasil, que despliega una actividad importante en América Latina
y Africa, y el Panhispanismo, que resulta del nuevo impulso dado a España a
partir de su integración a la Unión Europea. Ambos diseñan y desarrollan
políticas lingüísticas de área actuando sobre los instrumentos lingüísticos, la
política editorial y los medios en función de los requerimientos propios de los
nuevos mercados globales.
Todos esos emprendimientos no son ajenos a las luchas políticas y ponen
en juego ideologías lingüísticas (Arnoux y del Valle, 2010) de diverso alcance
que se evidencian en las problemáticas
que focalizan y en las formas de abordarlas. En el caso del portugués, por
ejemplo, el sector estatal que se ocupa del Mercosur, integración regional
territorial, va a tender a actuar en el
sistema educativo de los países hispanohablantes, exportar el portugués con
todos los valores que la Modernidad les ha otorgado a las lenguas de Estado y
elaborar sistemas de evaluación del dominio de la lengua, a la vez que amplía
la presencia del español en determinados ámbitos respondiendo a los acuerdos
establecidos. Otros sectores, en cambio, que se interesan por la expansión
global del portugués acentúan su sensibilidad posmoderna y focalizan, siguiendo
el florecimiento de nuevos objetos de investigación, las hibridaciones de
frontera o producto de las migraciones de extranjeros en las ciudades, el
abanico de repertorios que tienen a su disposición los internautas, los modos
de comunicar que atraviesan las lenguas, las formas de apropiación del
portugués por hablantes de otras lenguas, o las tensiones entre variedades en
la diáspora lusófona a los países centrales. En un caso dominará una
representación de lengua nacional y,
para algunos, “colonial” con un imaginario de fronteras netas dentro de las cuales se ejerce la acción “estable” del
Estado; en el otro, una perspectiva que se interesa por la porosidad de los
límites, la “desterritorialización”, las
formas locales de lo global, las
inestables precariedades, las
representaciones “poscoloniales” de las lenguas y que busca referencias
transnacionales, transculturales y transidiomáticas para pensar una política de
lengua para el portugués (Signorini, 2013). Incluso, las lenguas van a ser
concebidas como recursos comunicativos multisemióticos distribuidos desigualmente
en la sociedad (Moita Lopes, 2013).
También en las diferencias en la
representación de una situación sociolingüística inciden las posiciones desde
las cuales se la enfoca, a lo cual no es ajena la perspectiva política que se adopta. Machado Maher (2013: 117), por ejemplo,
preocupada por el borramiento de la diversidad en Brasil y por el imaginario de
monolingüismo dominante que inciden negativamente en las políticas lingüísticas
respecto de las minorías, inicia su artículo
afirmando:
Además del portugués, son habladas,
hoy, en nuestro país, más de 222 lenguas. Y no me estoy refiriendo a lenguas
habladas por extranjeros –me estoy refiriendo a la existencia de por lo menos
222 idiomas hablados, como lenguas maternas, por ciudadanos brasileños nativos!
De esas lenguas, por lo menos 180 son lenguas indígenas, cerca de 40 son
lenguas de inmigración, y dos son lenguas de señas. […] Hay que considerar,
además de eso, las lenguas africanas presentes, aunque no como lenguas plenas,
en comunidades “quilombolas” y en nichos religiosos brasileños.
En cambio, Calvet y Calvet
(2013) toman una posición crítica frente
a los discursos sobre la diversidad y las lenguas en peligro que, según ellos,
“corresponden a menudo más a lo ‘políticamente correcto’ que a la ciencia” (p.
168). En el marco de un objetivo declarado de apoyar la elaboración de
“intervenciones políticas que pongan las lenguas al servicio del desarrollo y
de la educación, es decir, al servicio de los seres humanos” (p. 168), señalan:
[En Brasil] más del 95% de los
brasileños tienen el portugués como lengua materna, las otras casi 200 lenguas
se reparten el resto. Brasil aparece así, paradójicamente, como un país a la
vez muy plurilingüe y sin embargo esencialmente monolingüe (p. 31).
Es posible que en esta apreciación
de la situación intervenga por reflejo la valoración del francés, en el marco
de la Francofonía (que es en el que se publica el libro), en parte frente a
lenguas minoritarias no solo de Francia sino también de países africanos pero,
sobre todo, frente al inglés: en un
mercado lingüístico global, la diversidad legítima es la que tiene en cuenta el
peso de las lenguas y el ejercicio de cierto proteccionismo lingüístico
respecto de aquellas (lenguas mayores) que reúnen determinadas condiciones y
que se consideran amenazadas por la expansión del inglés. La diferente
evaluación que aparece en los dos trabajos respecto de la situación lingüística
brasileña muestra dos posicionamientos distintos en el campo: uno que valora la diversidad e insiste en la
importancia nacional de considerarla por razones éticas y políticas y otro que
considera que “la defensa sistemática de
todas las lenguas puede tener efectos perversos” (p.182) y propone una estratificación
de las políticas lingüísticas que considere el peso relativo de las lenguas y
los ámbitos en los que se las ubica (internacional, regional o nacional).
Exponen también a su manera dos modos de incidencia de la globalización: la
tendencia a la fragmentación y la tendencia a la homogeneización cultural y
lingüística.
Consideramos que es necesario abordar
unas y otras ideologías y prácticas atendiendo a su papel histórico en
las luchas actuales en el marco de la globalización, a las posiciones
centrales, secundarias o periféricas de los lugares desde donde se las enuncian
o actúan, a las transformaciones en los mercados de bienes, simbólicos o no, a
los objetivos a los que sirven esas representaciones. También en el análisis
hay que considerar el desarrollo desigual del planeta con sus asimetrías que
incide en los escenarios sociolingüísticos: las presencias variadas de lo
global según las zonas, los grados diversos del plurilingüismo urbano, la
existencia de amplias áreas monolingües así como de espacios en los que lo
bilingüe o lo multilingüe dominan y, en
estos casos, las diferencias de las lenguas en contacto.
La conformación de la Glotopolítica como campo académico respondió al creciente interés por estas
temáticas, a la necesidad, por un lado,
de comprender el planeamiento lingüístico en el marco de las luchas
políticas nacionales, regionales y globales y, por el otro, de reconocer que el
destino de las lenguas no se juega solo en la toma de decisiones explícitas con
sus regulaciones normativas sino también en los modos como los hablantes
administran el contacto, los cambios sociales y culturales y la diversidad, que pueden ir de la creación de
neologismos al desarrollo de “lenguas mezcladas”. Ya Calvet (1997: 43-44), en relación con ello,
se refería a la gestión in vivo (“los modos como la gente resuelve los
problemas de comunicación con que se enfrenta cotidianamente”) aunque incluyera
en su manual sobre políticas lingüísticas solo las gestiones in vitro, es
decir, las decisiones tomadas desde el poder con intervención de lingüistas.
También incidieron
en el desarrollo del campo algunas objeciones respecto del lugar de las
políticas lingüísticas dentro de las ciencias del lenguaje, y otras, que se
realizaron tempranamente, como el hecho de que el estudio de las políticas
lingüísticas pareciera reducirse a las acciones sobre la(s) lengua(s), entendida(s) como código(s), o que se le dé a una disciplina el nombre de
una práctica. A estos últimos aspectos nos referiremos en el próximo apartado y
a los otros en los siguientes.
Política lingüística / Glotopolítica
Diversas publicaciones han planteado las dificultades de delimitar el
campo de la(s) política(s) lingüística(s) e incluso de adscribirlo a las
ciencias del lenguaje. Rajagopalan (2013), por ejemplo, considera polémicamente
que estas intervenciones corresponden al
área de la política y que cuando el
lingüista opina lo hace como mero ciudadano. Es verdad que la toma de
decisiones tiene que ver con la política y que los modos de abordar la
problemática no son ajenos a las posiciones de los lingüistas. Sin embargo, es
evidente que tanto en el desarrollo del trabajo investigativo
como en el estudio de las posibilidades y limitaciones de la situación
sociolingüística, se requiere articular las ciencias sociales y las del
lenguaje y poner en juego un saber lingüístico especializado. Incluso en las
ocasiones en las que el lingüista adopta un gesto militante y propone a partir
del análisis de una situación o de una propuesta política las transformaciones
que deberían operarse en el campo del lenguaje convoca los conocimientos que
las ciencias del lenguaje le suministran.
Es conocido, por ejemplo, que las gramáticas en las lenguas vernáculas
europeas sirvieron para la constitución de los Estados nacionales modernos que
requirieron, además de un mercado interior delimitado por fronteras territoriales
y una centralización administrativa, una
lengua común que hiciera posibles tanto el desarrollo de la sociedad industrial
como nuevas formas de participación política. Pero para estudiar
específicamente en qué consistió esa intervención debemos analizar el discurso
gramatical, sus partes, reglas, categorías, ejemplos para lo cual no solo
debemos recurrir al Análisis del discurso sino también a la Historiografía
lingüística, que nos informa sobre el desarrollo de los instrumentos
lingüísticos en distintas tradiciones.
Por otra parte, si convencidos de la importancia de la integración
sudamericana queremos intervenir a partir de la proposición de medidas glotopolíticas, es evidente que necesitamos
conocer, entre otros y según los ámbitos y alcances de las propuestas, cuáles
son las lenguas involucradas y su grado de parentesco, la legislación
lingüística existente, las ubicaciones de las otras lenguas de la región en el
sistema educativo, las formas como los hablantes de zonas de frontera resuelven
las situaciones comunicativas, o las ideologías lingüísticas que sostienen las
declaraciones de co-oficiales de lenguas amerindias o el lugar de los criollos
ingleses, franceses u holandeses en la administración de los países no
lusófonos ni hispanófonos. Es decir que debemos apelar a los saberes acerca del
lenguaje.
A nuestro entender algunas dificultades para delimitar el campo derivan
de utilizar un sintagma, política lingüística, que, por un lado, remite a una
práctica -en muchos casos estatal o encarada por instituciones con poder de decisión
amplio como organismos internacionales o academias- para designar una
disciplina lingüística, y que, por el otro, se asocia con las acciones
tradicionales del planeamiento. Esto llevó a que la escuela argentina adoptara
tempranamente el término “glotopolítica”, acuñado por Marcellesi y Guespin
(1986), con el objetivo no solo de rotular el área sino también de integrar las
intervenciones sobre el habla y los discursos (más allá de las tradicionales
referidas al corpus y al estatus de las lenguas), y ampliar así su alcance. Los autores citados proponen como objetivo el estudio de las
diversas formas en que una sociedad actúa sobre el lenguaje, sea o no
consciente de ello: tanto sobre la lengua (cuando una sociedad legisla respecto
de los estatutos recíprocos de la lengua oficial y de las lenguas minoritarias)
como también sobre el habla (cuando
reprime tal o cual uso en una u otra) o sobre el discurso (cuando la escuela
decide convertir en objeto de evaluación la producción de un determinado tipo
de texto). Desde
nuestra perspectiva incluye, además de las acciones estatales, las de otros
colectivos (por ejemplo, partidos políticos, medios gráficos, audiovisuales o
digitales) o personas que buscan incidir en el espacio público del lenguaje o
los gestos aparentemente individuales pero recurrentes en un sector social
(como desdeñar su dialecto en el trato con los hijos en beneficio de la lengua
oficial y dominante). No podemos,
tampoco, eludir la
diversidad de discursos que tematizan el lenguaje y actúan en ese campo ya
sea porque integran dispositivos normativos (manuales de estilo,
glosarios, artes de escribir, retóricas, gramáticas, diccionarios) ya sea
porque construyen sistemas de representaciones sociolingüísticas que inciden en
las decisiones o en las prácticas (ensayos y artículos periodísticos, textos
literarios, cancioneros, lecturas escolares, experiencias teatrales, encuestas
sociolingüísticas, programas de enseñanza de la lengua, prácticas pedagógicas). Diversos son los agentes y diversas las relaciones con el aparato
estatal pero en todos los casos esos materiales conforman objetos de reflexión
glotopolíticos por su circulación en ámbitos públicos, su incidencia en las
ideologías lingüísticas, su participación en debates que han marcado una época
y que sostienen decisiones que afectan el espacio del lenguaje o su importancia
en la reproducción de las diferencias sociales. Enfocarlos glotopolíticamente
implica analizarlos en relación, entre otros,
con procesos históricos, cambios en las tecnologías de la palabra,
nuevas relaciones entre las clases dirigentes y los sectores populares,
necesidades del mercado de trabajo o transformaciones en los sistemas
económicos. En todos los casos el interés reside en
interpretar el sentido histórico del sistema de representaciones
sociolingüisticas que revela un análisis
de los discursos atento a las huellas del contexto y a la incidencia de diferentes
temporalidades (larga duración, duración media, coyuntura o acontecimiento). No
debemos olvidar tampoco que cuando, por una u otra razón, se plantea la
cuestión de la lengua esta, a la vez que oculta, devela problemas que aquejan
centralmente a las sociedades en una determinada etapa, de tal manera que lo
que aparece como problema lingüístico es un efecto de desplazamiento.
Las escenas
glotopolíticas
Algunos investigadores plantean que nuestro espacio de reflexión debe
considerar las múltiples negociaciones que los hablantes realizan en la
diversidad de interacciones propias de
las sociedades contemporáneas en las que optan (y, a menudo, alternan a lo
largo de las mismas) por lenguas, variedades, registros, géneros o estilos cuya potencialidad
significante genera una insoslayable densidad semántica en los enunciados y
permiten analizar discursivamente los procesos de globalización (Blommaert,
2010). Los interactuantes ponen en juego estrategias activadas por ideologías lingüísticas y apelan a los
repertorios semióticos de que disponen. Así como en el estudio de las
intervenciones a las que nos hemos referido en los apartados anteriores se
privilegian las instituciones y las estructuras y relaciones sociales, en este
caso al focalizar las interacciones en situación -en general, las
conversaciones “interculturales”- se interpretan las conductas verbales de los
participantes y los modos de remitir en su desarrollo a aspectos contextuales.
Incide en esta perspectiva una extensa tradición sociológica para la cual “el
hecho social se construye y debe ser analizado a partir de situaciones
locales de interacción, en el aquí y ahora” (Leimdorfer, 2010, 159).
Es evidente el aporte que constituye, cuando
se analiza una situación en la cual se han realizado intervenciones
glotopolíticas o se desea intervenir, el reconocimiento de cómo los sujetos
resuelven las dificultades de comunicación,
negocian, defienden o buscan imponer su derecho a la palabra propia o
exponen a través de las alternancias o juegos lingüísticos las relaciones sociales
de poder o su posicionamiento. Los índices de contextualización, las variedades
en juego o los recursos que los hablantes activan permiten vislumbrar las representaciones del
contexto y las valoraciones de los objetos lingüísticos y de los sujetos a los
que se los asocia. Esas interacciones –de las que no debemos excluir las que
posibilitan ahora los medios digitales- nos suministran datos de la situación
sociolingüística que se pueden confrontar con las decisiones tomadas por
distintos colectivos y que nos permiten comprender los límites de algunas
políticas o reconocer las
representaciones dominantes sobre las cuales puede ser necesario actuar.
Algunas de esas interacciones devienen para el analista escenas glotopolíticas, particularmente aquellas
en las que las lenguas
o las políticas lingüísticas son tematizadas u ocupan un lugar central. ¿Cuándo el investigador las aborda
como tales? ¿Cuándo adopta un punto de vista glotopolítico respecto de una
interacción? Cuando infiere a través de ellas -y en relación, por ejemplo, con
las opciones lingüísticas, la articulación con aspectos del contexto inmediato
o los gestos metapragmáticos-
situaciones de conflicto propias de un determinado momento histórico motivadas
por cambios en las relaciones de poder, transformaciones económicas, políticas
y/o tecnológicas o la aparición en la esfera pública de nuevos actores. Las
escenas glotopolíticas irrumpen alterando en cierta medida lo aceptado o las
rutinas comunicativas y obligan a una actividad interpretativa que dé cuenta
del efecto de anomalía que generan.
En trabajos anteriores nos hemos detenido en algunas “escenas
glotopolíticas” Por ejemplo, en el año 2006, en el acto de asunción de los
miembros del congreso peruano, dos de las diputadas que procedían de una zona
de habla quechua se dirigieron en esa lengua a sus colegas, que en la mayoría
de los casos no comprendían la lengua,
señalando que era tan nacional como el castellano (Arnoux, 2010a). En
los debates en torno a esta posición fueron evidenciándose ideologías
lingüísticas ligadas a la vieja concepción del Estado nación, a los alcances y
límites de la oficialidad de las lenguas aborígenes, a los límites inciertos
entre función identitaria e instrumental e, incluso, al peso actual del proceso
de globalización con el cuestionamiento de las fronteras estatales y la
expansión de la ideología de lo políticamente correcto. Otra escena, comentada
desde una perspectiva diferente por Butler y Spivak (2009) es la de un grupo de
residentes ilegales hispanos que en Los Ángeles canta en español el himno
nacional norteamericano en ocasión de una protesta apoyada en la consigna
“Nosotros también somos América”. Lo anómalo de la situación generó una serie
de discusiones respecto de la aceptabilidad o no del gesto que cuestionaba la
representación del Estado asociada, entre otros, a la lengua común y al himno.
En realidad, exponía públicamente la tensión que las integraciones regionales
generan con el desplazamiento de trabajadores de las zonas más débiles a las
más desarrolladas, que requieren esta mano de obra pero a la vez la someten a
un trato político y jurídico
desigual. Los afectados buscan subvertir
esa lógica presentándose con una identidad diferencial que debe ser respetada
(Arnoux, 2011a). Ambas escenas
constituyen indicios de situaciones o procesos sociales en marcha para
cuya interpretación y evaluación se requiere interrogar esos marcos. A la vez que
cuestionan los dispositivos jurídicos y las ideologías lingüísticas
dominantes mostrando sus fallas y desajustes, intervienen desde el lenguaje en
las luchas políticas.
También
podemos extender la categoría y considerar glotopolíticamente escenas
que por su tipicidad ilustran determinados fenómenos. En este sentido es
oportuno recurrir a la diferencia entre caso y ejemplo ilustrativo. El primero
si bien tiene un movimiento inicial que ilustra los saberes existentes, en un
segundo momento los interroga, muestra
sus limitaciones y la necesidad de formular nuevas hipótesis no solo por
parte de los analistas sino también de los actores involucrados
(corresponderían a las escenas glotopolíticas a las que nos hemos referido
antes). El ejemplo ilustrativo, en cambio,
se presenta como uno entre muchos posibles, que muestra cómo lo general
se expone en lo particular. Lo ejemplificado –si nos atenemos a nuestro campo-
puede ser la ampliación de las funciones de una lengua, los lugares respectivos de lenguas en
contacto, la formación de variedades híbridas o de lenguas vehiculares, la
subalternización del otro operada por
determinados sujetos o también las formas de aceptar o rebelarse o los
modos etarios de gestionar la diversidad lingüística. Consideramos, así, determinadas interacciones,
cuyos patrones se repiten, como escenas
glotopolíticas ilustrativas en la medida en que a través de las opciones
lingüísticas los actores exponen sus respectivas ubicaciones sociales, se
posicionan políticamente en el espacio del lenguaje, se adaptan a las
relaciones de fuerza, negocian o confrontan.
Lo importante es que el investigador lo analice como una expresión particular de
situaciones sociales más amplias cuya dinámica en el plano del lenguaje se
reproduce en otras interacciones. Si lo encaramos desde esta perspectiva
debemos inscribir la interacción no solo en la situación específica, que a
menudo incluye la institución en la que se enmarca, sino en las relaciones de fuerza sociales
entre los grupos a los que pertenecen los interlocutores y lo que está en juego
en esa interacción no solo las posiciones respectivas sino necesidades,
intereses que no son dichos y que se
exponen desplazados en el lenguaje. Cuando las escenas constituyen casos, en
general se acompañan de variados discursos que buscan dar cuenta de lo excepcional
de lo ocurrido; ellos integran también
los materiales de indagación glotopolítica.
Si bien privilegiamos los espacios institucionales o públicos, podemos
constituir en escenas glotopolíticas, si el objetivo de la investigación nos
impulsa a ello, interacciones del ámbito
privado y develar a través de su análisis modos de relacionarse con el
cuadro glotopolítico dominante o nuevas
formas de gestionar la relación entre sujetos diversamente posicionados. Un
diálogo amoroso, por ejemplo, será considerado en el marco de una
terapia psicoanalítica como parte de la historia conversacional de la pareja
atendiendo a las remisiones discursivas a esa historia. En cambio, lo
específico de nuestro campo seria analizarlo como una puesta en escena de las
relaciones de fuerza lingüísticas que
actúan en una sociedad y que tienden a la reproducción o transformación del
orden imperante en el espacio del lenguaje y que en el ejemplo dado podrían expresar las relaciones de poder propias de una
sociedad patriarcal. Se observaría así cómo determinadas voces son
subalternizadas y otras aparecen como reguladoras o dominantes; qué ideologías
lingüísticas se activan o generan. En otro orden, las interacciones familiares
en los casos de migrantes de primera o segunda generación nos permiten, por
ejemplo, relevar las ideologías
lingüísticas que las sostienen, las actitudes de los integrantes respecto de la
sociedad receptora (voluntad de adaptación, gestos defensivos o rechazo) o del
país de donde provienen (idealización, resentimiento). En situaciones de
contacto estos fenómenos fueron analizados tempranamente por la escuela
sociolingüística catalana que reelaboró categorías como “lealtad lingüística” y
“autoodio” que les permitieron definir la política lingüística de normalización
que implementaron luego. Es decir que no nos quedamos en el análisis de la
interacción como tal sino que la
interrogamos en función de cómo el lenguaje participa en la reproducción,
cuestionamiento o transformación de las relaciones de poder social para lo cual
esta “microfísica” o ejercicio del poder en las prácticas lingüísticas resulta relevante porque destaca aspectos no
considerados o porque ilumina los modos como se manifiestan en situaciones de
interacción particulares.
Políticas lingüísticas e integración
regional sudamericana
En diciembre de 2011 en ocasión de la creación de la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Hugo Chávez dijo en la apertura
que “el Sur es un concepto mucho más que geográfico; es histórico, antropológico.
Somos el Sur. Y aquí estamos, el Sur, la América latino-caribeña” (Memorias…,
2012: 21). La presencia de México que está en el NAFTA, integración
regional de América del Norte,
justificaba la afirmación y mostraba cómo la integración sudamericana es
un proceso en marcha para lo cual lo
cultural y lo político son instrumentos importantes en la lucha por su
conformación definitiva, que excede por cierto el campo económico aunque este
no deje de estar presente y sea el que en esta etapa lo ha generado, como se
evidencia en los diversos tratados. Ya Venezuela había abierto el camino, en
2004, con la creación de ALBA
(Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América) en la que se incluía
a países del Caribe y América central. La Celac se presenta como un paso más que
continúa el de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, establecida a
partir del Tratado Constitutivo de 2008. A los proyectos de integración
económica como el del Mercado
Común del Sur (MERCOSUR, 1991) Unasur agregó en su momento la dimensión
política: “construir una
identidad y ciudadanía suramericanas y desarrollar un espacio regional
integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental, energético y
de infraestructura, para contribuir al fortalecimiento de la unidad de América
Latina y el Caribe”. Este último es uno de los objetivos de la Celac (Memorias,
p.231), que destaca la memoria de los libertadores
en el marco del Bicentenario de los procesos emancipadores sabiendo que para
“nuestra América” es fácil activar la representación de unidad ya que ha
acompañado los dos siglos de vida independiente:
Que conforme al mandato originario
de nuestros libertadores, la CELAC avance en el proceso de integración
política, económica, social y cultural haciendo un sabio equilibrio entre la
unidad y diversidad de nuestros pueblos, para que le mecanismo regional de
integración sea el espacio idóneo para la expresión de nuestra rica diversidad
cultural y, a su vez, sea el espacio adecuado para reafirmar la identidad de
América Latina y el Caribe, su historia común y sus continuas luchas por la
justicia y la libertad.
Estas declaraciones muestran la
atención, que señalamos, a los aspectos políticos e identitarios, de allí la
necesidad de insistir en la “unidad” acompañando la “integración” (económica),
a lo que la Celac agrega, sensible a los ideologemas dominantes, la diversidad.
Sabemos que las integraciones regionales surgen de los requerimientos
actuales del capitalismo para el cual los Estados nacionales con sus fronteras
netas perturban el dinamismo económico, lo que impone espacios más amplios.
Pero a aquellos que no son centrales se les plantea el imperativo de avanzar en
el sentido de conformarse políticamente para poder articular políticas
defensivas comunes y al mismo tiempo regular las diferencias internas y atenuar
las a veces profundas asimetrías: si bien el terreno ha sido establecido por
los imperativos económicos, el destino que tenga dependerá en mayor o menor
medida de las decisiones políticas. Este paso, que ha dado en parte la Unión
Europea, está presente en las posiciones que van tomando los líderes
latinoamericanos, particularmente los nucleados en Unasur. Pero la unión política requiere un
imaginario compartido que haga también posibles formas de participación
ciudadana y sistemas de representación comunes. Para ello son necesarias tanto
las referencias a una comunidad de destino que abreve en el pasado y se afirme
en principios y valores, como políticas
lingüísticas que permitan conocer y vincularse con el otro. En el caso sudamericano,
las primeras se reiteran en los tratados y en los discursos de los presidentes
que, por un lado, activan la memoria de las guerras de la independencia, a
pesar de las diferencias históricas entre los países hispanoamericanos y los
otros, particularmente Brasil. En ese sentido es interesante la doble
referencia que hace la presidenta Dilma Rousseff en la reunión de la Celac de
2011 a la independencia y a la lucha contra la esclavitud:
No podemos olvidarnos de Simón
Bolívar y de otros más. Es verdad que Brasil tuvo un proceso que pasó por otros
caminos, pero también es cierto que hubo brasileños que participaron, como es
el caso del tan recordado Abreu e Lima, en este proceso de lo que se llama
América española.
En Brasil también tuvimos nuestro proceso;
y a mí me gustaría aquí destacar un aspecto que es la lucha no solo por la
independencia del país, sino también contra la esclavitud, esa mancha que marcó
la colonización en esta región del mundo (Memoria, p. 41).
Por otro lado, sostienen los principios de soberanía,
democracia, justicia social, reducción de las desigualdades, defensa de la paz
y de un mundo multipolar, rechazo al colonialismo y a la ocupación militar. Las
políticas lingüísticas, por su parte, se
expresan en la consideración de las lenguas oficiales de los Estados como
oficiales de los acuerdos (Bein, 2013) y en las acciones que inciden en el
sistema educativo y, parcialmente, en la administración y los medios.
Como el español y el portugués son las lenguas mayoritarias, en relación
con ellas se hicieron las propuestas más significativas y son ellas, además,
las que funcionan como lenguas de trabajo en la mayoría de los ámbitos propios
de los procesos de integración sudamericana. Las políticas lingüísticas
respecto de esas dos lenguas se esbozaron ya en los comienzos del Mercosur,
aunque las medidas que se tomaron fueron débiles porque en ese momento se
avizoraba una integración continental con base en Estados Unidos (el ALCA) para
lo cual la expansión del inglés era fundamental. Sin embargo, ya en el Protocolo de Intenciones de los ministros de educación
(1991), los firmantes no solo plantean la dimensión cultural de la integración,
sino también declaran el interés de difundir el aprendizaje de los idiomas oficiales
del Mercosur –español y portugués- a través de los sistemas educativos. La
acción más contundente se dará en el 2005 con la promulgación en Brasil de la
Ley de oferta obligatoria del español en las escuelas secundarias, a la
que siguió en el 2009, la Ley argentina de oferta obligatoria
de portugués en todas las escuelas secundarias del país. Estas lenguas son
valorizadas no solo por ser lenguas de la integración sino también por su peso
propio: habladas por más de 400 millones una y de 200 millones la otra, con hablantes
en América, Europa, África y Asia, y que ocupan a partir de un barómetro de las
lenguas del mundo (cuando se consideran número de hablantes, estatuto de la
lengua y función vehicular) el segundo y
el séptimo rango respectivamente (Calvet
& Calvet, 2013: 95-96). Pero, a pesar de ello, se avanza lentamente en el
conocimiento de la lengua del otro. Los países hispanoamericanos, por ejemplo,
salvo en algunos casos aislados, no han
tomado medidas de amplio alcance respecto de la enseñanza del portugués y de su
presencia en los medios. Es posible que esto se deba a la falta de visibilidad
de la integración regional en el conjunto de la población (Arnoux, 2010b) y a
la no comprensión, en sectores de las clases dirigentes, de la importancia de
las lenguas en la conformación de
identidades sociales y de entidades políticas. En algunos casos, como en
Paraguay, incide además el hecho de que se asocie la lengua con el avance de
terratenientes brasileños en el norte del país. Sin embargo, el portugués gana
posiciones en los países hispanoamericanos y el español en Brasil por
requerimientos de la misma actividad económica con su intercambio de bienes y
personas. Asimismo, en las fronteras, modalidades diversas del portuñol con
diferente grado de estabilización muestran cómo se resuelven en variadas
prácticas sociales los aspectos comunicativos. En la medida en que la integración regional se consolide y
constituya un proyecto que convoque en toda el área a sectores amplios se van a
ir generando, ligadas a las propias necesidades, distintas formas de
conocimiento de la otra lengua que van a imponer variedades de contacto o
estrategias de diálogo bilingüe, facilitadas por la proximidad del español y el
portugués, o un dominio de ambas en los casos en los que intervenga el sistema
educativo y se necesite ampliar la formación de cuadros para las instancias
institucionales regionales. La importancia de las políticas lingüísticas
estatales reside en que pueden estimular y orientar estos procesos.
Además de
las acciones glotopolíticas respecto de las lenguas mayoritarias, son
necesarias, si se quiere afirmar el proceso de integración, otras en relación
con las lenguas amerindias. A estas, la
globalización les dio, como señalamos, mayor visibilidad, lo que se tradujo en
el cambio de estatuto que les otorgaron las constituciones que se promulgaron
en la década de los noventa: desde lengua co-oficial en todo el Estado, como en
Paraguay, a lenguas cooficiales en las zonas que dominan, como en Perú, o
afectadas a los proyectos de educación intercultural bilingüe, como en
Argentina. El gesto actual más radical es el de Bolivia ya que en el marco de
procesos de amplia
movilización que tienden a cambiar profundamente la sociedad boliviana, las
comunidades indígenas lograron que la
Constitución Política del Estado (CPE), aprobada en 2009, reconociera
su estatus de naciones y elevara
a rango constitucional la oficialización de 36 lenguas originarias existentes
en el territorio, junto con el castellano (Blanco, 2014). Las lenguas corresponden a tres pueblos en el Altiplano, tres
en el Chaco, tres en el Oriente y el resto en la Amazonía. Las normas legales que regulan la
política lingüística son: la Ley de Educación “Avelino Siñani - Elizardo
Pérez” (ley Nº 070, sancionada el 20 de diciembre de 2010) y la Ley General de Derechos y
Políticas Lingüísticas (ley Nº 269), promulgada el 2 de agosto de 2012.
Se establece que, en las
poblaciones monolingües o con predominio de una lengua originaria, esta será
primera lengua y el castellano segunda; y que, en las poblaciones monolingües o
con predominio de castellano, esta será primera lengua y la originaria,
segunda. Por otra parte, en las comunidades plurilingües, el castellano será
segunda lengua y la originaria que se
considerará primera será elegida de acuerdo con criterios de territorialidad y
transterritorialidad definidos por los consejos comunitarios. Estas decisiones
imponen tareas importantes y complejas de normativización y normalización que
se realizan con la participación de las comunidades. En relación con otras
lenguas se plantea que en todos los niveles del sistema educativo se enseñará
una lengua extranjera obligatoria. Notablemente, no se asigna al portugués un
estatuto diferencial a pesar del fuerte compromiso del Estado Plurinacional de
Bolivia con los proyectos de integración regional.
Otro caso relevante es el de Paraguay, en
el que “la condición bilingüe guaraní-castellano es la característica
lingüística más difundida” y el guaraní en particular es “la lengua más
difundida en la población” (Guttandin y González Alsina, 2013: 209). Es decir,
que se habla una lengua que vincula la
cuenca del Plata ya que el guaraní también es hablado en Argentina, Brasil y
Bolivia, y otra, el castellano, propia
de los países hispanoamericanos. Sin
embargo el Estado paraguayo no explora estas potencialidades, decisivas para
una integración regional (Arnoux, 2011 b), por lo menos en su Ley de lenguas
(Ley 4251 de 2010). Considera solo al guaraní símbolo de identidad nacional y cuando
lo relaciona con el Mercosur lo hace por su condición de lengua co-oficial en
su territorio. Debido a esa condición logró el reconocimiento de oficialidad en
el espacio integrado y el que se tienda desde marzo de 2014 al objetivo de
“incorporación plena de la escritura y la oralidad en guaraní durante las
sesiones y declaraciones del Parlasur”, como consta en la página del Parlamento del Mercosur
. Por
otra parte, el castellano no aparece como la lengua compartida por los países
hermanos sino que la identidad se asocia, aunque tardíamente en el texto de la
ley, con la variedad “castellano paraguayo”, “profundamente marcado por el
guaraní” según los estudios de especialistas (Penner, Acosta, Segovia, 2012).
Es probable que esta insistencia en el recorte nacional derive de un gesto
defensivo frente al poder económico de los otros países del Mercosur,
particularmente Brasil y Argentina; y que, por otra parte, en el estatuto simbólico diferenciado de las
dos lenguas intervenga la representación que Penner (2010: 152) destaca, como
presente en variados discursos, de monolingüismo guaraní o del guaraní como
la
lengua materna, lo que la autora
considera “inverosímil como característica de la realidad sociolingüística
actual cuando ya se debe suponer que todo guaraníhablante algo entiende /
produce en castellano”.
Recordemos que la Ley de lenguas es la
culminación de un proceso que dio lugar a proyectos y debates en relación con ellos (Niro, 2010;
Zajícová, 2012) y que tuvo como hitos importantes las constituciones de 1967
y 1992. La primera establece en su artículo 5: “Los idiomas nacionales
de la República son el español y el guaraní. Será de uso oficial el español” y
en el 92: “El Estado protegerá la lengua
guaraní y promoverá su enseñanza, evolución y perfeccionamiento”. La constitución de 1992 da un paso más y
establece que “El Paraguay es un país pluricultural
y bilingüe. Son idiomas oficiales el castellano y el guaraní. La ley
establecerá las modalidades de utilización de uno y otro. Las lenguas
indígenas, así como las de otras minorías étnicas forman parte del
patrimonio cultural de la Nación” (Artículo 140). Por su parte, la Ley General
de Educación (1998) plantea en el artículo 31 que “La enseñanza se realizará en
la lengua oficial materna del educando desde los comienzos del proceso escolar
o desde el primer grado. La otra lengua oficial se enseñará también desde el
inicio de la educación escolar con el tratamiento didáctico propio de una
segunda lengua”, lo que supone una sola lengua materna en los sujetos, lo que
no ocurre en muchos de los casos si consideramos lo que releva el censo de 2002
según el cual los hablantes bilingües constituyen el 59% de la población. La Ley de lenguas avanza, sin embargo, en el
sentido de considerar la enseñanza primera también en las otras lenguas
indígenas. Para lograr los objetivos en
relación con el guaraní el Estado paraguayo se propone en su legislación dar
los instrumentos para la normativización y normalización, una de cuyas piezas
es la Academia de la Lengua, aunque enfrenta dificultades de diverso tipo para
la implementación (Niro, 2013), entre ellas la ausencia de una norma
consensuada, la distancia que experimentan los hablantes respecto del guaraní
escolar, las tensiones entre una tendencia purista y otra que busca acercarse
al guaraní hablado y a sus estrategias de creación léxica.
Notablemente el Paraguay cuenta con
el yopará -“espectro” (Penner, 2010) o “enigma” (Zajícová, 2009)
para los que reflexionan sobre la situación sociolingüística de ese país-, resultado de los múltiples contactos
del castellano con el guaraní y que muestra cómo los hablantes gestionan y han
gestionado durante siglos la comunicación recurriendo a los repertorios que
conocen con mayor o menor profundidad. Estos, abiertos al entrelazamiento de
las dos lenguas, han ampliado el abanico
de las posibilidades expresivas de los sujetos, que se manifiestan en la
alternancia de códigos y en segmentos de lengua “mezclada” (guaraní, español)
de diferentes maneras. Al respecto, Zajícová (2009: 77) señala: “La
forma de hablar mezclando, por más que sea rechazada a nivel de creencias, a
nivel de uso es una forma de comunicación corriente, en algunas situaciones
hasta preferida, y eso por todos los estratos sociales”. Lustig (1996: 38), por su parte, había propuesto una justificación:
La mezcla de los dos sistemas no siempre es
una consecuencia de la “ignorancia” de las “buenas” formas del guaraní puro.
Tal vez sea más bien la ausencia de normas y reglas que es sentida por los
propios hablantes […] como una invitación a gozar plenamente del reino de las
“lenguas en libertad”. No es tampoco una simplificación o una degeneración que
eluda metódicamente ciertos recursos originales del guaraní avanzando
implacablemente hacia una hispanización total. Hay que reconocer el perfil
innovador y creativo del jopara […].
Esta modalidad del guaraní coloquial
se distancia del guaraní “puro”, resultado de la normativización, que busca
imponerse en el sistema educativo y en las otras instancias del aparato
estatal. La gran paradoja es que la oficialidad, que fue considerada un paso
importante para el reconocimiento de la lengua como pieza central de la
identidad paraguaya, genera por efecto del dispositivo normativo puesto en
marcha una variedad con la que los hablantes no se identifican. Se reitera así
la oposición, en la colonia, entre el
guaraní criollo y el guaraní misionero al que los jesuitas le habían dado una
escritura y para el cual habían elaborado instrumentos lingüísticos.
Si bien las funciones y la dinámica del yopará son estudiadas en los
últimos años por el medio académico respondiendo a los intereses actuales por
las hibridaciones y los modos en los que el contexto incide en las opciones
lingüísticas de los hablantes, es indudable que un análisis glotopolítico de la
situación paraguaya no puede dejar de considerarlo. No solo es significativa la
tensión que entabla con el guaraní escolar sino también cómo los hablantes
exponen a través de las opciones que realizan las valoraciones de las formas
lingüísticas en juego. De ello se infieren las representaciones sociales sobre
los objetos lingüísticos necesarias para la tarea planificadora ya que las
ideologías lingüísticas sostienen y determinan el alcance de las
intervenciones. Posiblemente también merezcan el mismo tratamiento algunas
expresiones próximas al otro polo del continuum, el castellano paraguayo,
respecto del castellano escolar. En algunos ámbitos –educativos, jurídicos,
políticos, administrativos- algunas interacciones podrán ser abordadas
como escenas glotopolíticas que iluminen
los desajustes y tensiones en el espacio
del lenguaje.
Reflexiones finales
Lo que en la actualidad designamos como Glotopolítica constituye un
campo amplio de investigaciones que se ha iniciado fundamentalmente en torno a
las tareas de planeamiento lingüístico posteriores a la Segunda Guerra Mundial
y que ha acompañado el avance de la globalización con la atenuación de las
fronteras nacionales, la formación de nuevos agrupamientos territoriales y no
territoriales, el aumento de las migraciones
y la expansión de las tecnologías de la comunicación. La interrogación
sobre el papel del lenguaje en esos cambios o sobre la incidencia de las
transformaciones sociales en el espacio lingüístico, a la vez que la necesidad
de intervenir desde el lenguaje en la conformación de nuevas entidades, ha
llevado a afinar el estudio de las situaciones sociolingüísticas y a ampliar
los objetos de análisis a variados discursos e interacciones verbales tratando
de relevar las ideologías lingüísticas en juego. Lo que se focaliza y los modos
de abordarlo dependen no solo de las perspectivas teóricas que se adopten sino
también de los lugares sociales de enunciación, lo que explica la marcada
dimensión polémica de los trabajos en el área. Las observaciones sobre
políticas lingüísticas e integración sudamericana expuestas en el artículo no
solo no escapan a ello sino que tienden a ilustrarlo.
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